Apostillas para un verano postelectoral

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encrucillada

 

Xoán Hermida

Se acuerdan ustedes de que, en mi artículo posterior a las elecciones, publicado en El Español, les hablaba de la metáfora del moratón (aquel que se siente un tiempo después del golpe), a cuento de la euforia de la izquierda porque se veían ganadores toda vez que, por una cuestión más de azares que de causas, llegaran hasta el límite del precipicio y no se partieran la crisma.

No entraba en el fondo de la cuestión de las motivaciones, a veces insoslayables, del porqué la izquierda ha pasado de defender los procesos de integración y confluencia política, desde el modelo unionista de Abraham Lincoln - convendría a algún marxista repasar lo que el propio Karl Marx escribió al respecto - hasta la Unión Europea, (ambos de corte federalista) a posiciones segregacionistas y privilegistas (pero eso daría para una tesis monográfica que ahora no toca).

Simplemente entraba en la situación. Y la situación era, más o menos, la siguiente:

  1. Los electores apostaron por un fortalecimiento del bipartidismo, fruto de un cierto hartazgo de cómo se gestiono la diversidad durante la última década. Unido esto a una apuesta por las posiciones atemperadas frente a los extremos, hartos de la impostura argumentativa y de la esterilidad propositiva de estos últimos. Los dos partidos que crecían, uno más que otro, eran el PP y el PSOE; mientras las posiciones que venían cuestionando el actual modelo institucional -desde Vox a Sumar- perdían votos y escaños.
  2. El PP ganaba las elecciones con una subida, que en otro contexto sería calificada de espectacular, de más de 3 millones de votos y 48 escaños. A sumar a la mayoría absoluta en el Senado y un poder territorial, municipal y autonómico, indiscutible, refrendado hace apenas dos meses en la urnas
  3. La coalición de gobierno, por el contrario, perdía escaños y votos, y se le hacía imposible repetir la mayoría parlamentaria de la anterior legislatura sino era con el concurso de la extrema derecha de Junts. Aspirando, en el escenario más seguro, a una segunda vuelta electoral.

Alberto Núñez Feijóo centró su mensaje de campaña electoral en dos ideas fuerza:

La primera, que gobernara la lista más votada. Para ello el partido sistémico que quedará de segundo debería facilitar con su abstención la gobernabilidad, y ambos centrarían la nueva legislatura en grandes pactos de estado para hacer avanzar nuestra democracia en los aspectos en los que el modelo del 78 necesitara impulso y en un momento de crisis global del contrato social (15M). Para ello, comprometió su palabra y en un acto efectista, del que te quedas rehén, firmó ante las cámaras de televisión y los espectadores que asistieron al debate entre él y Sánchez, un documento explicito al respecto.

La segunda idea, era que en ningún caso iba a facilitar la entrada de miembros de Vox en el gobierno del Estado. Este segundo aspecto parecería un brindis al sol pues las encuestas en ningún caso aseguraban mayoría absoluta y Vox se mostró en todo momento dispuesto a vender muy caro su apoyo de investidura.

La actitud de Vox en campaña, los cambios en la estrategia del PP (solo hay una cosa peor que una mala estrategia y es que haya dos estrategias), dieron al traste con las sinergias que si funcionaron en Andalucía para movilizar el voto útil anti-Vox a favor del PP.

La izquierda ha pasado en unos cuantos días de abrazar la posibilidad de una nueva mayoría a conformarse con una repetición electoral donde las cosas les vayan mejor. De pronto los partidos ya están pensando más en cómo situarse en la casilla de salida de la repetición electoral que en solucionar los problemas, graves, que tiene el país y sus gentes.

Pero la gestión de los resultados electorales no es fácil. Todo parecía favorecer a la izquierda, pues el PNV no estaba dispuesto a entrar en una formula en la que entrará Vox, y Vox no estaba por facilitar las cosas. En unos días hemos pasado de la imagen de aislamiento de Feijóo, frente a un Sánchez que puede dialogar con todo el mundo, a un Feijóo presidenciable, tras el anuncio de Vox de que va a facilitar el gobierno del PP en solitario en lo que puede calificarse como el mayor triunfo postelectoral del PP.

La nueva situación obliga, si no hay cambios, a Felipe VI a postular la candidatura de Feijóo a la investidura, ya que al hecho de ser la lista más votada, ahora, se suma contar con los apoyos más amplios confirmados.

Y además coloca al PNV en una disyuntiva nada fácil, a un año escaso de las autonómicas vascas. Pasa a ser decisivo, ya no tiene la excusa de Vox en el gobierno y además un apoyo a Feijoo lo convertiría en socio prioritario, mientras que en el caso de Sánchez se trata de un socio secundario de Bildu, central en las prioridades del actual presidente.

En caso de repetición electoral, posibilidad que adquiere fuerza por momentos, el PP se presentará como el partido ganador que quería gobernar solo y de forma transversal frente a un PSOE que era rehén de una constelación de grupos, con intereses muchas veces contrapuestos, y con obligaciones, en el caso de Puigdemont, de dudosa legalidad constitucional.

Lo dicho: un moratón desapercibido

 

Espinosa, el ‘Errejón’ de Vox. Auge y caída de los populismos. Así podría titularse la crónica anunciada de una decadencia. Está claro que el momento álgido de los populismos ha pasado y aunque existen múltiples razones, algunas diferentes según sea el caso, la guerra en Ucrania ha servido para visibilizar que lejos de los ideales democráticos estaban todas estas fuerzas, indistintamente de izquierda o derecha, y que facilidad siempre tienen de aliarse con el mal. (existe un antes y un después de dicha invasión ignominiosa).

En el proceso de auge y caída de nuestros populismos ‘patrios’ o ‘multipatrios’, es increíble en gran número de similitudes en los mismos, e incluso en el reparto de ‘actores’. El abandono de Espinosa de los Monteros de Vox, anunciada hoy, recuerda mucho a la que en su día protagonizo Errejón de Podemos, sus circunstancias personales y políticas.

Y ahora que ya sabemos que el miedo al ‘fascismo’ y el ‘comunismo’ no dejan de ser trampantojos para movilizar bajas pasiones, por qué no nos centramos en lo importante.